TARDES DE LOS JUEVES

 

Érase hace mucho, mucho tiempo un país llamado Liberbank. En ese país vivían muchas personas, algunas de ellas mandaban mucho, otras gritaban mucho, y muchas otras trabajaban mucho para que los que mandaban y gritaban tuvieran un asiento calentito, porque en el país de Liberbank había vientos fuertes y tormentas trimestrales, que ponían en peligro esas sillas, que a veces salían volando hacia la cueva en la que habitaban un dragón feo y malhumorado que se comía de un solo bocado sillas y culos y lo que se le pusiera a tiro. Un dragón enorme y repulsivo que tenía atemorizados a los reyes y reinas de aquel extinto reino, que éste era un reino muy particular, y había realeza y nobleza en cantidades industriales.      

Pero hete aquí que  todos los reinos de aquel planeta sufrieron una pandemia horrenda y mortífera. Una peste que mató a millones de personas y a todo el mundo asustó y encogió los corazones (¡bueno, a los que tenían corazón, porque el dragón tenía una patata en su lugar!) Durante aquella pandemia los reyes y reinas de Liberbank se refugiaron en sus castillos y fortalezas para salvaguardar lo más importante del reino; la integridad y la salud de la realeza. Incluso la nobleza se instaló en sus casas ducales y condales y, salvo honrosísimas excepciones, no volvieron a pisar la calle hasta que un comité de sabios les advirtió de que podían hacerlo sin poner en peligro ni sus reales posaderas ni a sus reales vástagos. Pero toda esta realeza y nobleza necesitaba ser alimentada, vestida y cuidada por alguien. ¿Y por quién? Os preguntareis. Pues fueron alimentados, vestidos, cuidados y protegidos por unos seres diminutos y prescindibles llamados plantilla. Antiguamente se les llamaba esclavos, pero ese término cayo en desuso y ahora todo el mundo les llamaba plantilla.

La plantilla de Liberbank salía de sus casas por la mañana, mientras los reyes y reinas y condes y condesas y duques y duquesas y hasta el asqueroso dragón se asomaban a unas ventanitas que tenían en sus castillos y, megáfono en mano, les decían a los diminutos seres de la plantilla qué tenían que hacer, cómo lo tenían que hacer y, hasta en algún caso de reinas muy muy devotas, que aprovecharan para, ya que salían de sus míseras y pobretonas casas, convencer al resto del pueblo de que compraran potingues y mejunjes que les salvarían de la Peste.

Como en el reino de Liberbank había una ley que obligaba a la plantilla a trabajar los jueves por la tarde ( y con mucho, mucho agradecimiento de que no fueran 8 tardes de los 7 dias de la semana… que a la realeza le hubiera encantado) los reyes y reinas pensaron que la plantilla podría hacer sus tareas desde sus casuchas. Coserían, cocinarían y aprenderían cosas útiles para la realeza desde su casa. Y , de paso, saborearían las mieles de quedarse en casa aunque fueran 165 minutos a la semana, y así cuando intentaran protestar por la falta de comida o la falta de jornal, les podrían callar la boca con la prebenda de esos 165 minutos de trabajo en casa. Pero, eso si, el hilo, la aguja y los condimentos de la comida los ponía la pobre plantilla, que para eso les dejaban trabajar desde sus chabolos.

Algunos de los seres diminutos y prescindibles no tenían casucha en la que trabajar, así que seguían trabajando en su sitio. Como no había cantinas abiertas, ni nada que se le pareciera y el invierno fue duro, la plantilla se bajaba un plato de comida a sus lugares de trabajo y comía allí, para poder regresar a la favela lo antes posible, porque en las casas el virus de la Peste no mataba tanto. Como eran prescindibles y pequeñitos a los reyes y reinas les daba igual que la plantilla comiera sus gachas allí, ya que en los salones de palacio estaban entretenidos comiendo faisanes y fabes y jugando con los príncipes y princesas, con la seguridad de que no les iban a contagiar la mortífera peste.

 

Y LLEGÓ LA NORMALIDAD… y con ella los reyes y reinas, condes y condesas, duques y duquesas, marqueses ( de estos había muuuuchos) y marquesas (de éstas también había muuuuchas), el dragón, la reina devota  y todo bicho viviente tuvieron que volver a entrar en sus oficinas, en sus cuevas( o donde quiera que hacían méritos para desarrollar su trabajo )y dejar de gritar, megáfono en mano, a través de aquellas pequeñas ventanitas. Fue, en pocas palabras, una putada. Y se enfadaron. Mucho. Muchísimo. Les había gustado el nuevo sistema del megáfono y la ventanita. Pero no hubo manera. La decisión estaba tomada. Tendrían que quitarse la bata de boatiné con la que se abrigaban a veces para mirar por la ventana y calzarse los incomodos zapatos, golas y pelucas para hacer lo que se suponía tenían que hacer. ¡y hasta recibir a la plebe en el salón del trono cuando tocara! Con el asquito y la dentera que les daba la plantilla.

Así estaban las cosas. Reyes y reinas enrabietados por tener que cambiar su cómodo hogar por las desapacibles, incómodas y mal diseñadas instalaciones de sus lugares de trabajo, expuestos a la Peste mortífera decidieron olvidar las condiciones en que la plantilla curró aquellos meses y decidieron…¡QUE SE JODAN! “Sabemos que esta gentecilla de la plantilla  se había acostumbrado a trabajar 165 minutos a la semana desde casa, o a trabajar todo el día seguido para poder volver a sus casuchas antes de que caiga la noche. Pero si yo, que soy rey o reina, o titular de un marquesado, un condado, un ducado tengo que trabajar, esta plantilla, que es prescindible, miserable y diminuta, tendrá que sufrir y no vamos a permitir que sean felices ni siquiera un poquito. Que somos reyes por algo; porque el dragón (que no olvidemos que carecía de corazón y tenía una patata en su lugar) nos ha enseñado que la infelicidad de la plantilla nos da mucho, mucho, muchísimo gustirrinín.

Y así sucedieron las cosas en el antiguo reino de Liberbank; la realeza y la nobleza no tuvo empatía (¿empaqueeeeee?) con los diminutos plantilla, ni se acordaron de lo calentitos salones en los que pasaron la peste mientras otras/otros/otres/otris y otrus salían de sus casas y, un día a la semana, volvían a ellas cuando el sol ya se había puesto.

 

Así que, querido lector, la moraleja de esta historia es que cuando un miembro de la realeza te diga que tu hombro es muy importante para que su castillo siga en pie y crezca….ACUERDATE DE SU FALTA DE MEMORIA, DE SU FALTA DE VALOR ANTE EL DRAGÓN Y DE QUE LOS JUEVES POR LA TARDE SIN PUBLICO Y EN LA OFICINA SON, SIMPLE Y LLANAMENTE, PARA JODERNOS. Y NINGUNO DE LOS QUE TIENEN AUTORIDAD PARA DETENER ESTA SINVERGONZONERÍA HA MOVIDO UN PELO. 

Y colorín y colorona, a vender seguros de salud que decía la cabrona.

 

 

 

 

 

 

 

 

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